martes, 1 de noviembre de 2011

Islandia.


Recuerdo la vez que fui a Islandia.
Conocí a un hombre que ardía como las brasas todas las noches.
Me desnudaba mil veces con la mirada y otras mil veces con las manos, con la boca, con las yemas de los dedos.
Me pasé 300 horas contándole los lunares, le saboreé la espalda como si de un helado de chocolate y nata se tratara, con cuidado, sin olvidar espacio alguno, pero dejando que se derritiera.
Por fuera.
Por dentro.
Por dentro.
Por mi interior.
Islandia nos trataba bien.
Su cama nos trataba aún mejor.
Como el mar, pero eso si, nunca con frío.

Cuando tuve que abandonar Islandia, pensé que si volvía, sería la última vez que lo vería.


Sary

2 comentarios:

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